Para nadie es un secreto que los docentes (independientemente del nivel) están enfrentando retos inéditos en la historia educativa nacional desde marzo, mes en que, oficialmente, la Secretaría de Educación Pública (SEP) decretó que el aprendizaje de los alumnos sería a distancia a causa de los estragos de la COVID-19.
Tratar de ahondar en cada uno de esos retos implicaría iniciar un ejercicio analítico y reflexivo tan estrambótico, que nos llevaría a crear una especie de “tesis pandémica magisterial.” Es por ello, que esta entrada pretende centrarse en la inevitable evaluación que los docentes de educación básica estamos apunto de emitir en este primer cierre de trimestre del ciclo escolar 2020-2021.
Hablar de evaluación requiere de seriedad y se precisa de un conjunto de saberes en torno a sus funciones, sus conceptos y sus tipos para sortear con sutileza los conflictos que habitualmente se desata entre los agentes involucrados.
Hasta antes del actual confinamiento, la evaluación en la educación básica había estado regida por los criterios de evaluación que los docentes diseñábamos en función de los registros anecdóticos y de la observación que día con día realizábamos en las aulas escolares. Podríamos decir que los exámenes trimestrales eran un instrumento de evaluación final que no precisamente definía la calificación absoluta del alumno, puesto que habíamos realizado una evaluación procesual, es decir, una evaluación que valoraba los aspectos actitudinales, aptitudinales, competenciales y demás actividades y pruebas durante el desarrollo de las sesiones presenciales que, en su conjunto, daban pie a una evaluación de corte integral.
La forma de dar clases ha cambiado, es menester que la evaluación a los estudiantes también cambie. El aprendizaje en casa no puede ser evaluado con los mismos criterios con que se evaluaba el desempeño de los alumnos en la modalidad presencial.
Ante ello, la SEP no se ha manifestado, al menos no lo ha hecho con los docentes, que, dicho sea de paso, somos siempre los últimos a quienes se nos informa de los acuerdos a los que se llegan. Sin embargo, en un tema tan controversial como lo es la evaluación, deberíamos ser los primeros en ser tomados en cuenta para diseñar y ponderar los criterios que deben regir a la evaluación del aprendizaje a distancia.
El último posicionamiento de la SEP en términos de evaluación, se manifestó en el Diario Oficial de la Federación (DOF) en el acuerdo 12/06/20, donde se establecieron los mecanismos para evaluar y concluir el ciclo escolar 2019-2020.
Que la SEP aún no tenga un posicionamiento ante ello, personalmente se me hace una irresponsabilidad, puesto que, incluso, en el presente ciclo escolar se anexó a la currícula educativa una nueva materia: “vida saludable” que aparecerá en la boleta y que, a mi juicio, no puede ser evaluada bajo un enfoque distinto al experimental y vivencial.
En tal sentido, Jaime Uchiha (Asesor Técnico Pedagógico de nivel secundaria adscrito al sistema educativo del estado de México y conocido Edutuber) ha manifestado su preocupación y lanzó de manera informal y a falta de un sistema oficial de evaluación de la educación a distancia, una sugerencia que a mi parecer, es una opción que podríamos considerar para no castigar a nuestro trabajo ni el esfuerzo que están haciendo los padres de familia al ser los nuevos facilitadores de los contenidos educativos con sus hijos. Así podremos evitar también la deserción escolar. Se las presento a continuación:
El gráfico anterior, no representa una propuesta ni mucho menos, habrá colegas quienes tengan más criterios qué considerar en su evaluación y tratarán de ser objetivos. Sin embargo, hay comunidades educativas con situaciones contextuales mermadas que, al docente, como recurso único, sólo le queda emplear los cuadernillos de actividades, mismos que, han sido satanizados por propios y extraños en el ámbito de la educación.
“La evaluación de los aprendizajes debe ser sensible a las circunstancias que viven las niñas, niños y adolescentes y tener un enfoque formativo que valore los procesos, no sólo los resultados, que sirva a los docentes para identificar lo que deben ajustar en su intervención y que motive a los alumnos a seguir esforzándose y no desanimarlos.” (Ramírez, 2020)
Es insoslayable aseverar que, cualquier evaluación que emitamos bajo esta modalidad y sin una estructura definida, carecerá de objetividad. Puesto que, no sabemos con certeza qué avance tienen nuestros estudiantes en relación a las actividades y tareas que les mandamos.
No se necesita ser una especie de mago para palpar que ciertas actividades son realizadas por los propios padres de familia. Lo que nos queda en ese caso, es ser flexibles y registrar el trabajo, lo cual, a criterio de muchos, representa un puntaje a favor que no obtendrá el alumno que no envía ningún trabajo.
Tal vez en este primer proceso de evaluación que estamos los docentes a punto de experimentar, nos toque hacer frente a la responsabilidad de diseñar los criterios para emitir una evaluación en esta nueva modalidad. Si ese es el caso, no me queda más que exhortarlos a que prioricen los estándares socioemocionales de los alumnos, que se queden sin educación a causa de la deserción escolar o, por no tener los recursos para tomar clases a distancia o, por el hecho de no contar con algún familiar que lo oriente en su aprendizaje desde casa, podría ser, sin hipérboles, “el tiro de gracia” para las emociones, ilusiones y esperanzas de sus vidas.
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