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Foto del escritorAníbal Jiménez

MODERNIDAD SÓLIDA VS MODERNIDAD LÍQUIDA

Una de las más importantes metáforas para entender la volatilidad del mundo actual, es la que ha surgido a través de la investigación del sociólogo y filósofo contemporáneo Zygmund Bauman. Ésta consiste en la comparación de dos fenómenos transitorios en el mundo, la modernidad y la postmodernidad.



A estos fenómenos, él los ha categorizado como “modernidad sólida” y “modernidad líquida”. La diferencia entre ambas, se remite a evidenciar la estabilidad y certidumbre con que contaban las etapas de la vida, en donde sus particularidades estaban definidas por el poder totalitario, la constante preocupación por el orden establecido, la división de trabajo y los valores inamovibles.

Las anteriores corresponden a la modernidad sólida, otras son las particularidades que definen a la modernidad líquida (modernidad actual); algunas de ellas son los nuevos poderes globales, la privatización, el núcleo de poder económico, los vínculos delebles, el trabajo inestable y el individualismo.


Para comprender de mejor manera la metáfora y otorgar la credibilidad que se manifiesta con base en ella, he conversado con personas representantes de la “generación Y” y con algunos de los “baby boomers” (todos mexicanos), de a poco, me han descifrado las etapas definidas de su existencia.


Para la mayoría, no resultaba complicado pre-diseñar desde temprana edad el estilo de vida que querían en su futuro, puesto que la solidez de la modernidad en que vivían les permitía emplear el modelo laboral que seguían sus padres o familiares cercanos, por ejemplo.


En aquellos tiempos, la modalidad laboral en las empresas (fueran gubernamentales o del sector privado) eran benévolas con los hijos de los empleados ya establecidos; por tanto, culminaban sus estudios académicos e ingresaban por derecho a ocupar el puesto que dejaban sus padres siguiendo esa línea laboral con escasas probabilidades de ascenso y con una durabilidad de 25 a 30 años aproximadamente. En este sentido, ellos sabían el cargo u oficio que tendrían durante las próximas décadas de su vida.


Por otro lado, la razón por la que una persona duraba laborando en una empresa, era porque su desempeño de alguna manera sería “reconocido y recompensado” por los accionistas o dueños de las compañías. Se catalogaban afortunados de contar con un trabajo “estable” que les ofreciera los servicios básicos de subsistencia, y de tener la seguridad de que después de tantos años entregados finalmente gozarían de los beneficios de la jubilación.


A pesar del surgimiento de innumerables manifestaciones que aludían a la inconformidad del trabajador (el auge del sindicalismo mexicano), éstos se resignaban, pues al ver la realidad incierta que sucumbía a aquellas personas que no contaban con un trabajo de esa índole, preferían recibir un salario injusto pero seguro y puntual; mientras que los comerciantes dependían de la venta de sus productos y, las personas ajenas al comercio, aprendían un oficio (carpintería, herrería, fontanería, etcétera) que ejercerían por mucho tiempo, debido, a que sus servicios cubrirían continuamente las demandas de aquella sociedad.


La vida del empleado en la modernidad sólida entonces, era bastante rígida, la monotonía en sus quehaceres cotidianos lo transmitían a sus descendientes, dejándoles como patrimonio además del mismo empleo, el mismo hogar, creencias, tradiciones, ideologías, objetivos y un sinfín de aspectos que conjuntamente formaban un patrón y una estructura definida de vida a largo plazo.


La solidez de aquella modernidad no sólo se remitía a afianzar el aspecto laboral, sino también lo hacía con las formas del consumismo, cuando la sociedad tenía la necesidad de adquirir algún producto para el hogar, por ejemplo: un refrigerador, una televisión, una computadora o un teléfono; lo hacían netamente para cubrir una función “indispensable”, consientes que el producto tendría una durabilidad considerable y que sólo lo reemplazarían en el caso de su descomposición, por esa razón, los productos eran diseñados y fabricados enfáticamente para un funcionamiento duradero.


Los vínculos amistosos y afectivos por su parte, eran en menor cantidad, pero más estables, la interacción entre los niños del ayer se forjaba a base de vivencias y emociones compartidas. Por lo regular, la amistad que se consolidaba en esta etapa de la infancia con compañeros de la escuela y vecinos, se afianzaba tanto, que perduraba para toda la vida; de surgir alguna discusión que generara un distanciamiento entre ellos, se podía resentir de gran manera por la solidez de aquellos lazos afectivos.



Expuestos ya algunos ejemplos y particularidades de la vida en la modernidad sólida, toca canalizar el impacto que causó la modernidad líquida en la sociedad a través de sus estructuras efímeras.


En su libro, “Tiempos líquidos: vivir una época de incertidumbre”, Bauman, afirma que la transición de la modernidad sólida hasta nuestro días ha evolucionado y se ha debilitado, la sociedad vive ahora sin moldes, es decir, vivimos adaptándonos constantemente a las necesidades que nuestra modernidad nos impone, sin planes establecidos, como si fuésemos partículas de una corriente de agua que avanza sin rumbo definido, donde la única certidumbre que tenemos, es la incertidumbre. Somos parte de lo que él denomina como “modernidad líquida”.


Este cambio drástico en cuanto a la modernidad, ha provocado que las particularidades antes ejemplificadas se hayan contrapuesto totalmente, ahondando nuevamente en el modelo laboral, un cálculo reciente reveló que los egresados de las universidades cambian de empleo hasta 11 veces antes de llegar a la etapa del retiro, las personas han perdido el sentido del compromiso y la lealtad laboral; la dependencia recíproca que había entre los dueños de una fábrica y los empleados se ha deteriorado, ahora los dueños ya no buscan empleados que les sean leales, constantemente hay recortes de personal, omiten el resguardo de los intereses de sus subordinados y se enfocan en cubrir los espacios emergentes de forma temporal.


Debido a esa desvinculación, los egresados han dejado atrás la búsqueda de un empleo a largo plazo y se enfocan en hallar una fuente de ingresos que rebase el salario mínimo, aunque no cuenten con los beneficios básicos que requieren para su subsistencia; los empleados por su parte, ya no aceptan fácilmente mandatos opresivos y se revelan constantemente sabiendo que su permanencia en el empleo de cualquier manera sería temporal, optan entonces, por la renuncia inmediata y se incorporan en otra dependencia laboral según las competencias con las que cuenten.



Por esta razón, el modelo laboral se torna con una modalidad líquida, la utopía que todo egresado universitario de antaño tenía, era integrarse a empleos con salarios muy elevados; hoy la modernidad actual ofrece la realización de esas quimeras, pero con la incertidumbre de pensar continuamente en qué sitio se encontrarán laborando en unos meses más.


El individualismo en la modernidad líquida se remite como una característica obligada en la sociedad, debido a la desconfianza que ha surgido entre personas y el temor de contar con un futuro impredecible, el autoempleo se ha convertido en el método más rentable; la modalidad laboral tradicional ha dejado de ser opción para muchos, pues, la era tecnológica los ha envuelto en una diversidad de alternativas que ofrece fuentes de ingresos con un modus operandi volátil que fluye en la redes del mercadeo virtual.


Por ello, la interacción presencial entre individuos cada vez es menor, y por ende los vínculos amistosos y afectivos dejan de ser un lazo sólido. La “amistad” que surge entre los nativos digitales inicia con una solicitud de amistad enviada a través de diversas redes sociales o con un clip al mouse que los hace parte de un juego virtual en donde su interacción fluye adoptando el rol de personajes provenientes de los comics que lanza la mercadotecnia infantil.


La infancia actual no forja una amistad afectiva, pero cuenta con más vínculos amistosos en su mundo virtuoso, si en este escenario surgiera una diferencia entre un par de amigos, lo único que podría pasar es eliminar ese enlace del círculo en la red sin la menor pesadez, puesto que tendría muchos amigos más en su comunidad virtual, no obstante, sólo serían vínculos delebles.



La liquidez de la modernidad ha hecho lo propio también con el consumismo, nada ha quedado de aquella modalidad de consumo en el que se obtenía un producto por la necesidad que cubría, ahora, se compran experiencias, dicho de otro modo, se obtienen productos sin que éstos lleguen a su fase de descomposición, más bien los adquieren porque el mercado constantemente lanza productos innovadores y desechables. La experiencia de obtener la sofisticación continua de los productos es lo que ahora predomina, ya no más el cubrimiento de las necesidades existentes.


Otra característica de este nuevo patrón consumidor, es la facilidad de obtener productos al instante, el crédito a largo plazo contribuyó a cambiar la prioridad de cubrir necesidades por el placer de tener productos sofisticados aún sin contar con los costos requeridos. Es común ver en nuestros días a personas gastando más de lo que ganan, apropiándose de innecesarias deudas por cubrir los deseos desmedidos de innovar su estilo de vida constantemente; este factor conlleva a laborar necesariamente sólo para solventar lo único que nos pertenecerá por mucho tiempo, la “eterna” deuda.


La metáfora que manifiesta Zigmund Bauman, ha sido la más aceptada para explicar los cambios en distintos campos de la vida que la postmodernidad ha arrastrado. Todo cambio tiene sus ventajas y desventajas, la contemporaneidad de la modernidad no queda exenta, toca analizar qué medidas de prevención se pueden implementar ante la incertidumbre que vivimos, o estar sujetos al modus vivendi momentáneo que nos deparará el futuro y aprender a adaptarnos sin mayores precedentes.




Al escuchar las expresiones de desaprobación por parte de representantes de generaciones pasadas, noté que la postmodernidad había rebasado drásticamente su perspectiva de vida, no la comprendían ni tampoco la aceptaban y veían a las nuevas generaciones como una especie en decadencia, por el contrario; los nativos digitales ven con desagrado la solidez de la modernidad del ayer y agradecen pertenecer a esta era de innovación y digitalización; mientras los adultos jóvenes viven con miedo por la incertidumbre que los invade al no saber el estilo de vida que les ofrecerá el futuro.

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