Los baby boomers, la generación X, los millennials y la generación Z, son las categorías con las que, diversos analistas, determinan las generaciones de la existencia humana. Mucho se ha referido acerca de los estrambóticos acontecimientos que rebasaron la expectativa de vida que creyeron tener hoy, los jóvenes de generaciones pasadas.
Hasta hace poco, pareciera ser que los millenials, habían tomado el control del futuro de la humanidad, debido, a que esta generación se le ha catalogado como aquella en donde los jóvenes son emprendedores, son los creadores de la más alta existente tecnología, los que se adaptan con mayor facilidad a los cambios, los que no dependen en gran parte del recurso humano para lograr sus objetivos y los que se han posicionado en la escala más alta de la economía global gracias a la capacidad que tienen para auto-emplearse y no pertenecer más al prototipo del empleado tradicional.
Por mucho tiempo, la generación anterior a los millenials, siendo éstos nombrados como la generación X, desaprobaron la ideología, así como el ritmo desorbitante con que los jóvenes sucesores a ellos se desenvolvían en el mundo digital que ofrecía la tecnología, argumentando que carecían de la disciplina y la conciencia que los llevaría a apropiarse de un estilo de vida “normal” en un ámbito cómodo y estable. En realidad, no asumían el desfasamiento que representaba para ellos pertenecer a una era altamente sofisticada donde no se involucrarían fácilmente.
Sin embargo, a pesar de no seguir ya con el estilo de vida de generaciones pasadas, adoptar sus patrones conductuales, ni mucho menos basar sus expectativas en los modelos económicos que siguieron sus ancestros; los millenials, conservan el código de respeto y admiración hacia los personajes que han sido sus mayores referentes en su formación como personas y profesionales, debiéndose esto, al hecho de haber nacido y vivido su infancia a finales del siglo XX. Justo en esa etapa terminal, donde los niños de esa generación serían los últimos que conservarían elementos tradicionales del juego recreativo; del contacto con la naturaleza al sembrar un grano de frijol por mandato escolar; donde esa niñez anhelaba el heroísmo de los bomberos por salvar vidas en peligro; donde la historia nacional les inyectaba cierta dosis de patriotismo; donde seguir ciertos valores y principios, los hacía personas educadas convirtiéndolas en el orgullo de sus padres (aun cuando entonces, ser motivo de orgullo representaba una especie de triunfo) y, en donde ansiaban con insistencia, la aprobación de la sociedad.
Una de las más grandes influencias que los millenials tienen hoy de los adultos, de sus maestros, y del sistema laboral regido por el modelo de competencias, es aquella ideología que dicta que una de las formas de alcanzar éxito en la vida, se relaciona con la formación académica que reciban en las universidades y con los estudios de posgrado que cursen especializándose en las áreas y disciplinas más demandadas e innovadoras del momento.
En esta lógica, la mayoría de las personas pertenecientes a esta categorización generacional, se propusieron como meta a seguir esa estricta línea académica, con la firme esperanza de contribuir desde sus trincheras a la transformación de su país y de un mejor mundo, convirtiéndose en automático, en clientes de las universidades, colegios y otras instituciones y, por ende, reafirmando la relevancia que juega la educación superior para concretar sus objetivos.
No obstante, el siglo XXI trajo consigo a la generación Z, denominados también como “nativos digitales”, estos personajes llegaron al mundo cuando la puerta tecnológica ya había sido abierta por la generación predecesora, siendo ésta, accesible para la mayoría de los humanos.
A los Z´as, desde la niñez, les ha bastado el contacto de su pulgar con una pantalla para ser tutorados por videos que detallan instantáneamente lo que ellos necesitan saber, reemplazando así, la instrucción de sus padres y maestros. A diferencia de los millenials, ellos, no tienen respeto por aquellos personajes referentes que quisieran seguir, simplemente, porque no los han tenido. No piden consejos a sus mayores, no confían en ellos, sienten que no los entienden y prefieren apoyarse entre ellos mismos bastándoles su glocal mundo digital.
En un futuro escenario protagonizado entonces por los Z’as, me pregunto… ¿Qué relevancia tendrá para ellos asistir a la universidad cuando sentirán que ni sus maestros ni las materias comprendidas podrán resolver sus inquietudes?
La educación superior ha trascendido de generación en generación por agudizar en cada una de las personas el sentido de la historia, el sentido de pertenencia, el sentido argumentativo, la capacidad de lectura profunda, una diversidad de ingenierías, entre otras cosas, que han resultado relevantes para la evolución de la infraestructura contemporánea y del pensamiento crítico.
La última generación de esta clasificación generacional, no necesita más de esas competencias obtenidas en las universidades para desempeñarse óptimamente y adoptar con facilidad las formas de vida que imperan como resultado de la tecnología actual.
Lo que me hace suponer que la educación básica dejará de serlo para convertirse en una especie de educación suprema, pues ésta será la que indiscutiblemente desarrollará en ellos, habilidades básicas de lectura, escritura y matemáticas, lo cual, les bastará para desenvolverse en una era con particularidades tecnológicas que han dominado desde la infancia.
¿Será posible que el contenido de la educación superior pierda la guerra ante el ingenio que caracterizará a los jóvenes adultos de la generación Z?
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